Querida lectora, querido lector, si no lo has hecho ya, te sugiero que cualquier tarde dediques un rato a sentarte en un parque infantil y escuchar con atención. Con mucha probabilidad, escucharás a alguna madre o padre dirigirse a otra persona con amenazas, incluso insultos y vejaciones. Esa otra persona será su hijo o su hija.
Esta forma de comunicación podría pasarte desapercibida porque se ejerce con niños. Pero si te imaginas que esa escena se produce entre adultos, descubrirás la gravedad que en ella se esconde y que voy a tratar de exponer en estas líneas.
El desarrollo de una persona comienza desde los primeros años de vida, cuando el cerebro está en pleno proceso de formación y se establecen las bases para su crecimiento y comportamiento futuro. En esta etapa temprana, la educación y el entorno en el que se cría tienen un impacto significativo en la forma en que el individuo se relacionará con el mundo y con los demás. Lamentablemente, en algunos casos, la crianza puede incluir la normalización y el uso habitual de la violencia física o verbal, lo que puede conducir a consecuencias devastadoras en la vida adulta
Me parece crucial reconocer que una persona que recibe una educación marcada por el maltrato y la violencia tiene un alto riesgo de replicar esos patrones en su vida adulta. El niño o niña que crece en un ambiente en el que el maltrato es común y aceptado como una forma de resolver conflictos o imponer disciplina, aprende que la agresión es una herramienta válida. Estos individuos internalizan esa dinámica y, a medida que se convierten en adultos, tienden a reproducirla en sus relaciones personales y en su interacción con la sociedad.
La influencia de la crianza en el desarrollo de comportamientos violentos es ampliamente respaldada por la investigación (Dos referencias: The Cicle of Violence, Widom, C.S. 1989; Life-course-persistent and adolescence-limited antisocial behaviorMoffitt, T.E. et al. 2006). Estos estudios científicos, entre otros, han demostrado que los niños expuestos de manera regular a la violencia en el hogar tienen más probabilidades de convertirse en adultos con conductas agresivas. Esto no significa que todas las personas que crecen en un entorno violento se conviertan en maltratadoras, pero sí resalta la importancia del aprendizaje y el entorno en la formación de conductas y actitudes.
No hablo de pegar a nuestros hijos. No es sólo eso. El maltrato en la infancia puede manifestarse de diferentes formas, ya sea a través del castigo físico, del abuso emocional o de la negligencia constante. Cualquiera que sea la forma que tomen estas experiencias negativas, impactan en el desarrollo emocional y cognitivo del niño, y pueden establecer un patrón de comportamiento basado en la violencia. La falta de modelos positivos de crianza y la ausencia de herramientas para resolver conflictos de manera pacífica dificultan el desarrollo de habilidades de comunicación saludables.
Es fundamental romper con el ciclo del maltrato y promover entornos seguros y amorosos para nuestros hijos e hijas. La prevención del maltrato infantil requiere un enfoque integral que involucre a la familia, la comunidad y muy especialmente a las instituciones educativas. Proporcionar programas de apoyo a los padres, educar sobre técnicas de crianza positivas, fomentar la empatía y el respeto mutuo son estrategias clave para romper con este ciclo (Individual and group-based parenting programmes for improving psychosocial outcomes for teenage parents and their children, Barlow, J., Johnston, I., Kendrick, D., Polnay, L., Stewart-Brown, S.2006).
La detección temprana y la intervención me parecen fundamentales para proteger a los niños y brindarles oportunidades para un desarrollo saludable. Considero que los profesionales de la salud, los educadores y la sociedad en general tenemos la responsabilidad de estar atentos a las señales de maltrato y brindar apoyo a las familias que lo necesiten. Además, veo necesario que los gobiernos continúen avanzando en políticas y leyes que protejan los derechos de los niños y promuevan la erradicación del maltrato infantil.
El aprendizaje en la infancia sienta las bases para la vida adulta. Es nuestra responsabilidad colectiva garantizar que esas bases sean sólidas y constructivas. Debemos fomentar una cultura del respeto, la empatía y la comunicación pacífica, donde los niños crezcan sintiéndose amados, seguros y valorados.
La violencia de género (violencia machista, si se prefiere) puede ser una consecuencia indeseada del maltrato infantil. Si queremos erradicar firmemente la violencia contra las mujeres así como cualquier otro tipo de violencia, es fundamental interiorizar que el maltrato en la infancia no solo afecta a las víctimas directas, sino que tiene un impacto duradero en la sociedad en su conjunto. Al romper con el ciclo del maltrato, no solo estamos protegiendo a los niños, sino también construyendo un futuro más justo y equitativo.
Así que preguntémonos: ¿dónde empieza la llamada violencia machista? ¿dónde empieza el maltrato? En general, ?dónde nace la violencia? Empieza en los hogares, en las interacciones cotidianas, en la normalización de la violencia. Pero también podemos responder a esta pregunta con una acción contundente y decidida: el maltrato debe terminar en nuestros hogares, en nuestras comunidades, en nuestros centros educativos y en nuestra sociedad, en general.
Las niñas y niños son nuestros mayores tesoros. Deberíamos protegerlos como tal y deberíamos ir aún más allá. Europa elaboró hace apenas tres años la “Estrategia de la UE sobre los Derechos del Niño y la Garantía Infantil”. Todavía no es una norma, pero me resulta esperanzador saber que hay personas trabajando en esta dirección. Profesionales que tienen claro que los niños son personas con derechos, con necesidades específicas, con criterio y con voz.
Es tiempo de educar, proteger y brindar oportunidades a los niños, para que crezcan en un mundo donde el amor y el respeto sean la base de todas las relaciones humanas.
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